domingo, 25 de noviembre de 2007

Historia de la “ñ”

La letra ñ solo se usa en el español, por lo tanto, es cien por ciento española. Su forma procede de la consonante “n” y el rabito que lleva encima tiene su origen en la escritura de los copistas de la Edad Media, los cuales empleaban ese signo cuando se repetía cualquier letra, por ejemplo dos enes: “nn”. En este sentido, la letra ñ no es más que una n con otra n más pequeña arriba.

En los monasterios, y después en las imprentas, se tenía la costumbre de economizar letras para ahorrar esfuerzo en las tareas de copiado y colocación de caracteres. Así, la secuencia “nn” se escribía con una “n” muy pequeña denominada virgulilla encima de una “n” de tamaño normal: “ñ”. Lo mismo sucedió en portugués con “an” y “ã”; v.g. annus > añus; y el grupo romance nn > ñ que se había palatalizado a lo largo del tiempo en la Península Ibérica.La letra ñ fue tomada del castellano en los siguientes idiomas, como parte de su alfabeto: aragonés, asturiano, aymara, bubi, chamorro, gallego, guaraní, mapudungun, mixteco, quechua, tagalo, zapoteco, wolof. El inglés admite la ñ en préstamos del castellano como “cañón” (la grafía más común es “canyon”), “cañada” (en Cañada del Oro en Arizona), “jalapeño”, “piñata” o “niño” (en la corriente marina y en la Oscilación del Sur El Niño). Hoy en día, esta grafía se ha convertido en símbolo reconocible de hispanidad. Actualmente, puede ser utilizada en los dominios de Internet.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

“Entre medios: editoras, autoras y públicos”, en la Biblioteca Nacional

El Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y su órgano, la revista Mora, invitan a asistir al III Encuentro Internacional de Publicaciones Feministas “Entre medios: autoras, editoras, públicos”. Destacadas investigadoras, editoras y periodistas del país y del exterior participarán de mesas redondas y paneles sobre las relaciones entre la investigación académica en estudios de género y los medios de comunicación, así como la intervención de las mujeres en la prensa y en la edición, tanto en experiencias del pasado como del presente.

Biblioteca Nacional, Sala Augusto R. Cortazar
Agüero 2502, Ciudad de Buenos Aires
22, 23 y 24 de noviembre de 2007 de 10 a 20
Entrada libre y gratuita

Informes:
iiiencuentromedios@gmail.com
http://encuentroentremedios.blogspot.com

Revista Mora
Comité Editor: Ana Amado, Graciela Batticuore, Nora Domínguez, Ana Domínguez Mon, María Luisa Femenías, Mirta Zaida Lobato
Comité Organizador: Dora Barrancos, Marcela Castro, Lucía De Leone, Silvia Elizalde, Karina Felitti, Karin Grammático, Mayra Leciñana Blanchard, Ana Laura Martín.

Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género
Puán 480 4º piso, Oficina 417(1406) Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4432-0606 internos 205 y 161
Correo electrónico: iiege@filo.uba.ar

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Las academias de la lengua incorporan nuevas voces

Los avances tecnológicos permiten la constante actualización del DRAE y, así, desde que se publicó la XXII edición del Diccionario en 2001, las Academias han incorporado a la página electrónica un total de 17.310 modificaciones, de las cuales unas 5.000 son voces y acepciones nuevas.

Entre los términos nuevos del DRAE se pueden citar: aeromoza, nocaut, bluyín (pantalón vaquero), y aerobismo. También se incorporan voces y expresiones habituales en Hispanoamérica, como “perder aceite”, que, en sentido irónico, alude al hombre que muestra “maneras de homosexual”; y “animal político”, esa persona que “revela cualidades innatas para el ejercicio político”.

Así como se habla en la calle

Los académicos suelen estar atentos al lenguaje de la calle y si hace unos años habían admitido expresiones coloquiales como “vender la burra” o “comer la moral”, ahora le dan entrada a “animal de bellota” (”persona ruda y de poco entendimiento”), “cobardica” (persona timorata), y al buen humor y ganas de divertirse que supone tener “cuerpo de jota”.
Al ámbito coloquial pertenecen también los términos “fisio”, (fisioterapeuta), “modernez” (forma despectiva de aludir a la modernidad), “neura” (persona “muy nerviosa, obsesiva y maniática”), “nota” (individuo), “subidón” (de fiebre, por ejemplo) y “paganini”, es decir, “la persona que paga, generalmente por abuso, las cuentas o las culpas ajenas”.
El Diccionario hace tiempo que dejó de reflejar sólo el español de España y cada vez incorpora más voces procedentes de América. En la lista de novedades difundida hoy figuran algunas como “aerobismo”(deporte consistente en correr al aire libre), “aeromoza” y “aeromozo” (azafata y azafato de aviación), “bluyín” (pantalón vaquero), “blúmer” (braga) y “panti” (leotardo), y “nocaut”, es decir, ese “golpe que deja fuera de combate” al que lo recibe.
“Rebotar”, es decir, “enfadarse vivamente por palabras o acciones de otros”; “deportivas” (zapatillas de deportes), “guadianesco” (que aparece y desaparece) y la coloquial “de culo” (hacia atrás), son expresiones empleadas igualmente en España.

Voces cultas

Pero que no se preocupen los amantes del lenguaje culto, porque las Academias le han dado el visto bueno a voces como “fátum” (hado), “iridiscencia” (“reflejo de colores distintos, generalmente como los del arcoíris”, palabra, por cierto, que figura escrita así en el informe, pero que aún no consta como vocablo compuesto en el diccionario), “promisor” (prometedor), “reminiscente” (que evoca a alguien o algo anterior en el tiempo) y “sapiente” (sabio).
El Diccionario se ha visto enriquecido además con numerosos términos técnicos. De la informática llegan “bajar”, “bus”, “navegador” y “subir”, y del ámbito legal proceden “inadmitir”, “publificar” y “supletorio”.
A campo de la medicina pertenecen “anfetamínico”, “artroscopia” y “colonoscopia”; al de la física, “convector”, “ionizar” y “excitar” (”hacer pasar un electrón de un nivel cuántico a otro más elevado en un átomo o molécula”), y de la química proceden voces como “anodizar”, “biogás”, “interfase” y “lisérgico”.

Ejercicios de Estilo, de Raymond Quenau

El libro, publicado originalmente en francés en 1947, contiene 99 relatos. En realidad, contiene uno solo, pero contado 99 veces, cada vez de una forma diferente. La historia multiplicada es muy simple: un hombre toma el tranvía, se encuentra con una persona, y un par de horas después vuelve a encontrársela. Hace unos años, fue publicado en español por Editorial Cátedra.
De lectura recomendada.En el relato llamado Retrógrado, la historia se cuenta al revés, de atrás para adelante. En Lipograma no aparece la letra E (que es además la más frecuente en el francés). En el llamado Carta oficial, se usa el estilo burocrático de un memorándum ministerial. En Homofónico reemplaza la mayoría de las palabras por otras que suenan muy parecido, dejando un texto lleno de sinsentido Dice el autor:«El autor piensa, de este modo, “tratar el mismo asunto”. -un incidente real, por lo demás, y trivial- de un centenar de maneras diferentes. Seguramente esos cien capítulos idénticos en cuanto al tema no dejarán de provocar, leídos en hilera (sic), algún efecto en el lector.»

FRAGMENTO DE EJERCICIOS DE ESTILO

Notaciones

En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él. Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo.” Le indica dónde (en el escote) y por qué.

Relato

Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.

Vacilaciones

No sé muy bien dónde ocurría aquello… ¿en una iglesia, en un cubo de la basura, en un osario? ¿Quizás en un autobús? Había allí… pero, ¿qué había allí? ¿Huevos, alfombras, rábanos? ¿Esqueletos? Sí, pero con su carne aún alrededor, y vivos. Sí, me parece que era eso. Gente en un autobús. Pero había uno (¿o dos?) que se hacía notar, no sé muy bien por qué. ¿Por su megalomanía? ¿Por su adiposidad? ¿Por su melancolía? No, mejor… más exactamente… por su juventud, adornada con un largo… ¿narigón? ¿mentón? ¿pulgar? No: cuello; y por un sombrero extraño, extraño, extraño. Se puso a pelear -sí, eso es-, sin duda con otro viajero (¿hombre o mujer?, ¿niño o viejo?) Luego eso se acabó, concluyó acabándose de alguna forma, probablemente con la huida de uno de los dos adversarios.Estoy casi seguro de que es ese mismo personaje el que me volví a encontrar, pero ¿dónde? ¿Delante de una iglesia? ¿delante de un osario? ¿delante de un cubo de la basura? Con un compañero que debía de estar hablándole de alguna cosa, pero ¿de qué? ¿de qué? ¿de qué?

Retrógrado

Te deberías añadir un botón en el abrigo, le dice su amigo. Me lo encontré en medio de la plaza de Roma, después de haberlo dejado cundo se precipitaba con avidez sobre un asiento. Acababa de protestar por el empujón de otro viajero que, según él, le atropellaba cada vez que bajaba alguien. Este descarnado joven era portador de un sombrero ridículo. Eso ocurrió en la plataforma de un S completo aquel mediodía.

Punto de vista subjetivo

No estaba descontento con mi vestimenta, precisamente hoy. Estrenaba un sombrero nuevo, bastante chulo, y un abrigo que me parecía pero que muy bien. Me encuentro a X delante de la estación de Saint-Lazare, el cual intenta aguarme la fiesta tratando de demostrarme que el abrigo es muy escotado y que debería añadirle un botón más. Aunque, menos mal que no se ha atrevido a meterse con mi gorro.Poco antes, había reñido de lo lindo a una especie de patán que me empujaba adrede como un bruto cada vez que el personal pasaba, al bajar o al subir. Eso ocurría en uno de esos inmundos autobuses que se llenan de populacho precisamente a las horas en que debo dignarme a utilizarlos.

Otro punto de vista subjetivo

Había hoy en el autobús, a mi lado, en la plataforma, uno de esos mocosos de los que no abundan afortunadamente porque si no, acabaría por matar a uno. Aquél, un muchacho de unos veintiséis o treinta años, me irritaba especialmente, no tanto a causa de su largo cuello de pavo desplumado como por la clase de cinta de su sombrero, cinta reducida a una especie de cordón de color morado. ¡Jo!, ¡el cabrón! ¡Cómo me cargaba! Como a esa hora había mucha gente en nuestro la autobús, aprovechaba los empujones de costumbre a las subidas o bajadas para hincarle el codo en las costillas. Acabó por largarse cobardemente antes de que o me decidiera a pisotearle un poco los pinreles para jorobarlo. También le hubiera dicho, para fastidiarlo, que a su abrigo demasiado escotado le faltaba un botón.

Propaganda editorial

En su nueva novela, tratada con el talento que le caracteriza, el célebre novelista X, a quien debemos ya tantas obras maestras, se ha esmerado en presentar únicamente personajes muy matizados que se mueven en una atmósfera comprensible para todos, grandes y chicos. La intriga gira, pues, en torno al encuentro en un autobús del héroe de esta historia con un personaje bastante enigmático que se pelea con el primero que llega. En el episodio final, se ve a ese misterioso individuo escuchando con la mayor atención los consejos de un amigo, modelo de elegancia. El conjunto produce una sensación encantadora que el novelista X ha cincelado con notable fortuna.

Ignorancia

Yo, no sé qué quieren de mí. Pues sí, he cogido el S hacia mediodía. ¿Que si había gente? A esa hora, por supuesto. ¿Un joven con sombrero de fieltro? Es muy posible. Aunque yo no miro descaradamente a la gente. Me importa un pito ¿Una especie de galón trenzado? ¿Alrededor del sombrero? Comprendo, una curiosidad como otra cualquiera, pero, desde luego, no me fijo en eso. Un galón trenzado… ¿y se habría peleado con otro señor? Cosas que pasan.Y, además, ¿tendría que haberlo vuelto a ver otra vez una o dos horas más tarde? ¿Por qué no? Hay cosas aún más raras en la vida. Precisamente, recuerdo que mi padre me contaba a menudo que…

Filosófico

Sólo las grandes ciudades pueden presentar a la espiritualidad fenomenológica las esencialidades de las coincidencias temporales e improbabilísticas. El filósofo que sube a veces en la inexistencialidad fútil y utilitaria de un autobús S puede percibir en él con la lucidez de su ojo pineal las apariencias fugitivas y decoloradas de una conciencia profana afligida por el largo cuello de la vanidad y por la trenza sombreril de la ignorancia. Esta materia sin verdadera entelequia se lanza a veces con el imperativo categórico de su impulso vital y recriminatorio contra la irrealidad neoberkeleyana de un mecanismo corporal inapesadumbrado de conciencia. Esta actitud moral arrastra al más incosciente de los dos hacia una espacialidad vacía donde se descompone en sus átomos elementales y ganchudos. La indagación filosófica prosigue normalmente con el encuentro fortuito pero anagógico del mismo ser acompañado de su réplica inesencial y costurera, la cual le aconseja nouménicamente transponer al plano del intelecto el concepto de abrigo situado sociológicamente demasiado bajo.

Modern Style

En un ómnibus, una mañana, hacia mediodía, me fue dado asistir a la pequeña tragicomedia siguiente. Un petimetre, aquejado de un largo cuello, y, cosa extraña con un cordoncillo alrededor del bombín (moda que hace furor, pero que yo repruebo), pretextando de pronto una gran prisa, interpeló a su vecino con una arrogancia que disimulaba mal un carácter probable- mente pusilánime y lo acusó de pisotearle de forma sistemática sus escarpines de charol cada vez que subían o bajaban damas o caballeros dirigiéndose a la puerta de Champerret. Pero el gomoso no aguardó en absoluto una contestación que sin duda le hubiese llevado al campo del honor y trepó raudo a la imperial donde le esperaba un sitio libre, pues uno de los ocupantes de nuestro vehículo acababa de posar su pie sobre el blando asfalto de la calzada de la plaza Pereire. Dos horas más tarde, al encontrarme sobre la misma imperial, observé al pisaverde del que os acabo de hablar, que parecía disfrutar sobremanera con la conversación de un joven currutaco que le daba consejos superchic sobre la forma de llevar la esclavina en sociedad.

Injurioso

Tras una espera repugnante bajo un sol inaguantable, acabé subiendo en un autobús inmundo infesta- do por una pandilla de imbéciles. El más imbécil de estos imbéciles era un granuja con el gañote desmedido que exhibía un güito grotesco con un cordón en lugar de cinta. Este chuleta se puso a gruñir porque un viejo chocho le pisoteaba los pinreles con un furor senil; pero enseguida se arrugó largándose a un sitio va- do todavía húmedo del sudor de las nalgas de su anterior ocupante.Dos horas más tarde, qué mala pata, me tropiezo con el mismo imbécil que charra con otro imbécil de- lante de ese asqueroso monumento llamado la estación de Saint-Lazare. Parloteaban a propósito de un botón. Me digo: aunque se suba o se baje el forúnculo, mona se quedará, el muy requeteimbécil.

Distingo

Por la mañana (y no por Ana la maña) viajaba en la plataforma (pero no formaba en la vieja plata) del autobús (no confundir con el alto obús), y como estaba llena (no me como esta ballena) la masa chocaba (y no la más achochada). Entonces un jovencito (y no cito un joven) extravagante (no vago estragante) se dirigió (aunque no digirió) a un sujeto (pero no atado) pacífico (no Atlántico) enojándose (no desojándose) porque éste (no Oeste) le pisaba el pie (no le pispaba el bies). Al cabo del rato (y no al rabo del gato) yo vi al tonto (no llovía a lo tonto) en San Lázaro (no el de Tormes) conversando con un amigo (no amigando con un converso) más meticuloso (mas no supositorio) en temas de indumento (y no mento más té hindú).

Ediciones Catedra, S.A.,1999.