sábado, 17 de septiembre de 2011

A ver si los libros muerden o no

El Ministerio de Educación presentó una encuesta que arranca el lunes para determinar cuánto, quién y cómo se lee en el país. Y cuál es la relación de los adolescentes con la lectura. Junto a Sileoni, en el acto estuvo Horacio González.

Cómo y cuánto se lee, qué tipo de lectura eligen los argentinos y cuál es la relación de los adolescentes con esta práctica son algunos de los interrogantes de una encuesta nacional que se realizará en todo el país desde el próximo lunes 19.
Los primeros resultados de la encuesta se conocerán antes de fin de año y se podrán comparar con la medición que se hizo en 2001, que reveló que “un tercio de la población no leía o leía muy poco” y que había una relación directa “entre lectura y nivel socioeconómico”. En aquel momento, el estudio lo hizo una consultora privada; ahora lo harán dos universidades nacionales: la de Lomas de Zamora y Tres de Febrero.
“Las naciones se estructuran a través de prácticas como la lectura”, dijo Horacio González, director de la Biblioteca Nacional e integrante del Consejo Nacional de Lectura, durante el lanzamiento de la iniciativa que tuvo lugar en el Ministerio de Educación. González destacó que “esta es una investigación del estado de la lengua de un país que, mutable, estratificado, plural y sometido a un trato cotidiano de los medios de comunicación, es motivo de reflexión permanente”.
La medición fue elaborada por el Consejo Nacional de Lectura, organismo interministerial que se creó en septiembre de 2010 para fomentar esa práctica y otros consumos culturales.
“Esta vez, la población a encuestar será más amplia, se les preguntará a personas desde los 12 años en adelante, lo que hará que conozcamos más sobre lo que ocurre con los adolescentes”, dijo Margarita Eggers Lan, directora del Plan Nacional de Lectura, del Ministerio de Educación.
En esta oportunidad se medirá la lectura de los niños como práctica del hogar, el alcance de las políticas públicas de promoción de la lectura, y el impacto de soportes digitales, un tema poco explorado hace 10 años.
Los encuestadores presentarán una credencial y una carta de presentación donde figurará un número de teléfono para aquellos que quieran constatar la veracidad de la visita, antes de contestar el cuestionario.
La encuesta de 3600 casos buscará saber si se leen diarios, revistas, con qué frecuencia y en qué soporte; y cómo, en este universo de lecturas, se inserta el libro. Además, se indagará por los libros que hay en el hogar, cantidad y tipo; si se accede a ellos a través de la compra y si el grupo familiar tiene vínculos con bibliotecas o librerías. También se consultará sobre los motivos de elección de una determinada lectura y el uso de la PC en el hogar.
En 2001, la encuesta reveló que el 47 por ciento de la población de 18 años y más leía diariamente, al menos durante 15 o 20 minutos de manera continua, diarios, revistas, libros u otros materiales, mientras que el 20 por ciento sostuvo que sólo lo hacía algunos días a la semana.
En tanto, “un tercio de la población no leía o leía muy poco: el 19 por ciento dijo que leía “de vez en cuando” y el 14 por ciento reveló que “nunca lo hacía”. La medición mostró además que no había diferencias significativas por edad y género en la frecuencia de lectura, pero en cambio, fue clara la correlación entre lectura y Nivel Económico Social (NES).
La encuesta se basará en 600 casos por cada una de las regiones en que se divide el país: NEA, NOA, Cuyo, Patagonia, Centro, provincia de Buenos Aires y ciudad de Buenos Aires. Los encargados de realizar las encuestas y procesar los datos son las universidades nacionales de Tres de Febrero y Lomas de Zamora.
El ministro de Educación, Alberto Sileoni, que encabezó el lanzamiento de la encuesta, recordó que la medición de 2001 fue realizada por una consultora privada. “En esta oportunidad ese trabajo está en manos de nuestras mejores consultoras: las universidades”. “Creemos en el Estado como promotor de la lectura”, dijo Sileoni, quien explicó que “ahora retomamos lo hecho en 2001 para indagar cómo leen los chicos, qué eligen, cómo es el vínculo con Internet, entre otros temas”.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-176976-2011-09-17.html

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Libros y matones

Por Alberto Amato (periodista)

No debe haber nada más incongruente y disonante que un guardia de seguridad en una librería. La verdad, un matón que te mira y ladra como un pitbull en un ámbito en el que reinan las palabras y el pensamiento, es como un marinero del Volga con tutú, no me digan.
Un comprador de libros es, ante todo, un esperanzado. Un guardia, ante todo, ve una esperanza y echa mano al revólver.
Está bien, cada cual hace lo suyo. Pero no juntos.
Sin embargo, las principales librerías porteñas han adosado a su ya escaso personal de ventas un guardia de seguridad, que lo primero que hace cuando entrás es decirte que no podés pasar si no te sometés a sus antojos.
El otro día, en una concurrida librería de la calle Florida, el energúmeno de turno obligaba a una mujer ya mayor a que dejara su cartera en unos cajoncitos deprimentes que quitan espacio a los estantes con libros. La mujer, con ironía, le decía al pesado: “Hijo, en mi cartera tengo la billetera. ¿Cómo voy a pagar después los libros?”. El monstruo ni se inmutó: “Lleve la billetera en la mano, señora”. Y la mujer, mientras emprendía la retirada: “Ah, sí… ¿Y cómo hojeo los libros con la billetera en una mano y los anteojos en la otra?”. En otra librería de la avenida Santa Fe, el cateto de costumbre pretendía que yo dejara en esos roperitos mi bolso con la laptop, que anda por los tres mil pesos, y todos los archivos de mi vida, porque pensaba que yo podía robar un libro de ochenta pesos.
Los viejos libreros porteños sabían quiénes, cómo y dónde robaban libros. Nunca se usaron bolsos, ni carteras, ni portacomputadoras. El buen ladrón de libros siempre huía con los ejemplares escondidos entre las ropas, y los libreros los calaban y les cortaban el chorro.
Claro que eso era antes, cuando había libreros y no vendedores de libros como los de hoy , a los que les pedís una novela de Patricia Highsmith y te preguntan: “¿Cómo se escribe?” Yo opté ya por comprar mis libros donde no haya energúmenos.
Todavía quedan librerías y libreros a quienes los vendedores de libros deberían imitar, si pueden. Y un consejo para los chicos de la seguridad: muchachos, garren lo libro que no muerrrrden.

Fuente: http://www.clarin.com/opinion/Libros-matones_0_530947066.html