jueves, 10 de julio de 2008

Debate sobre las editoriales pequeñas: ¿Independientes?


Se reunieron viernes y sábado para discutir sobre el presente y el futuro de los libros y de los problemas comunes. El precio del papel, la apuesta a la calidad estética y su propia existencia marcaron la agenda.

La pregunta “¿Existen las editoriales independientes?” sirvió una vez más para que el encuentro entre autores, editores y lectores se diera cita en el centro de la ciudad. En el tumulto caótico de un viernes a las seis de la tarde, en la manzana de la estación de Once, tras un portón enorme de hierro entreabierto y recubierto con nailon viejo un cartel da la bienvenida a los vistantes a la sede de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Argentina, que funciona en tres salas del edificio de estilo inglés que pertenece a Ferrocarriles.
Allí, ajenos al exterior ruidoso, 60 personas decidieron hablar una vez más sobre libros. Esa pareciera la realidad de estas editoriales: ocupar un lugar que pocos ven –o al que pocos saben cómo llegar–, mientras sus dueños responden preguntas existenciales a cada paso. La mayoría de los disertantes coincidió en la extensión que tiene el largo plazo para pensar su estrategia una editorial independiente: un mes.
El encuentro fue organizado por el Grupo Campichuelo, surgido de una comunidad blogger de escritores, que luego se trasladó a encuentros en la casa del escritor Juan Terranova en la calle Campichuelo para compartir asados y discusiones literarias. De esos debates, surgió la idea del encuentro que se realizó viernes y sábado.
En las mesas redondas participaron los editores Juan Calcagno –El Andariego–, Miguel Balaguer –Bajo la Luna–, Víctor Redondo –Último Reino–, Hernán Vanoli –Tamarisco–, Damián Tabarovsky –Interzona– y Gonzalo Castro –Entropía–.
Juan Calcagno, que tiene sólo 24 años y dedica su catálogo a la producción intelectual latinoamericana, sentenció: “No existen las editoriales independientes. Nos llamamos así para no decir que somos editores pequeños. Lo que pasa es que en una sociedad exitista es complicado asumir la pequeñez. Pero es un estado y no nuestra naturaleza”. Para el histórico Víctor Redondo, que está por cumplir 30 años de poesía con Último Reino, las editoriales se pueden llamar independientes “en la medida en que respeten cierto catálogo y cierta estética”.
Interzona es una editorial mediana autogestionada. Damián Tabarovsky, su director, está orgulloso de los 90 libros de su catálogo que, según se jacta, “son todos buenos”. Como afirma: “En lo que publican nuestras editoriales hay un componente autobiográfico. En Planeta seguro que no se acuerdan de los 300 libros que sacaron en los últimos seis meses”.
La poesía es mimada por los editores e ignorada por el mercado. Bajo la Luna y Último Reino son dos de las que deciden sostener un catálogo poético con estrategias diferentes. Redondo asegura: “Los libros de poesía argentina contemporánea no se venden. Es algo que todos sabemos”. Según el rosarino Miguel Balaguer: “La poesía se publica como se puede”.
Así, la manera que encontraron fue la de sostener las pérdidas que generan los versos con los libros de prosa. Para Balaguer: “Hay que estar todo el tiempo con la lógica del sobreviviente, viendo cómo rebuscárselas para pagar las cuentas”.
La relación con los libreros es otro punto álgido para los editores: el lugar que ocupan es fundamental para su tarea. En la competencia con las grandes editoriales, ocupar lugares a la vista en las cadenas libreras son puntos fundamentales para asegurar la supervivencia.
En ese sentido, los editores se quejaron por la falta de subsidios estatales y coincidieron en el exagerado precio del papel. Balaguer comentó que “el papel en la Argentina es más caro que en Europa. Acá pagamos un 50 por ciento más, a lo que hay que agregarle el IVA, que no podemos deducirlo. Y es el elemento que más influencia tiene sobre el precio de venta”. A esto, Tabarovsky sumó un dato puntual: la tercera edición –de la reedición– de Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, le salió un 56 por ciento más cara que hace un año.
El encuentro se cerró con un vino compartido y los cuentos de los jóvenes escritores Julián Urman, Lucas ‘Funes’ Oliveira y Joaquín Linne. Y a la salida, el barrio de Once bramaba en otra noche de apuros, tumultos y empujones mientras los editores, fuera del escenario y pequeños otra vez, intentaban abrirse paso.

Fuente: Diario Crítica, 7 de julio de 2008.
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