Con agenda y retórica propias y regidas por entusiasmos colectivos, las revistas culturales navegan entre la resistencia a los formatos estandarizados y la dificultad para perdurar. Aquí, un mapa de los nuevos temas y estilos y los casos emblemáticos que aportaron a mejorar la crítica y la crónica durante la última década.
Por Matías Capelli
¿De qué
hablamos cuando hablamos de periodismo cultural? Tracemos un mapa a mano alzada
en una servilleta de papel traslúcida de bar. En primer lugar, cobra relieve
una rama profesional cuyos frutos son productos que brotan en los medios masi
vos, comerciales. Luego, debajo de la línea de flotación del rédito económico, está
la tan vital como inestable red compuesta por una miríada de publicaciones en
papel y virtuales, proyectos colectivos motorizados por afinidades y
entusiasmos compartidos con el afán de difundir nuevas voces, polémicas,
análisis y enfoques.
Llamamos a
todo esto con el mismo nombre pero, salvo contadas excepciones, los medios
alternativos no se rigen por la lógica profesional del periodismo rentado. Las
revistas que de hecho dejaron una impronta indeleble, que marcaron una época,
desde Cerdos y Peces a Punto de vista, del Diario de poesía a Ramona, fueron
empresas en el sentido quijotesco de la palabra, no en su sentido capitalista.
¿Por qué
este tipo de proyectos independientes suele tener más penetración, más
incidencia, más peso específico, si tienen una infraestructura y un alcance
mucho más acotado? Es un poco como el dicho, sí: el que mucho abarca, poco
aprieta. Porque el periodismo profesional y su batería de suplementos aspira a
un lector genérico y ofrece una mirada ecuménica que no deja a nadie afuera, y
tiene el reloj y a veces hasta la retórica sincronizada cuando no colonizada
por el mercado y la industria cultural, y una sed de noticias y novedades
desmesurada. Por su parte, las revistas culturales independientes suelen tener
una identidad y un lector o interlocutor definido, una agenda y una retórica
propia, suelen responder a un proyecto puntual, a un grupo o tendencia
determinada. Y despliegan una capacidad más potente de crítica e intervención
porque, como dice el académico Daniel Link, no sucumben ante “los formatos
estandarizados hasta la náusea del periodismo de hoy” ni a la “viscosidad
propia de los medios: las efemérides, el sentimentalismo, la celebración
irreflexiva de lo que existe.” “Me estimula cierta vitalidad de lo ‘independiente’”,
dice el escritor y cronista Juan José Becerra. “Estos espacios de soberanía
artística proliferan y un día –si ese día ya no llegó– serán, sumados, la masa
crítica de la cultura”, agrega el autor de Miles de años y la flamante La
interpretación de un libro, que además de novelista es una de las plumas más
perspicaces y zumbonas de la actualidad, que desparrama su prosa en todo el
espectro de medios culturales, ya sea escribiendo críticas de libros o
películas, crónicas, entrevistas, comentando la tele en pantuflas o siguiendo
la campaña de Boca desde la platea.
Otros,
directamente, descreen de los medios, ya sean independientes o profesionales.
“Prefiero a las redes sociales, con toda su proliferación alocada, sus
discusiones atolondradas, su desprolijidad y su calentura,” dice Oscar Cuervo,
responsable de la revista La otra. El joven crítico Claudio Iglesias, por su
parte, aventura una explicación más mesurada: “Mover la discusión al terreno de
la comunicación artesanal, la precariedad financiera y la asociación libre
permite abrir un horizonte que en otras condiciones quedaría velado por el día
a día, los deadlines y la necesidad de llenar el vacío con contenido semántico
típico de las instituciones.” Para ser francos, la precariedad económica es un
condicionamiento estructural del periodismo cultural en general. Este es uno de
sus más amenazantes escollos, y el principal motivo por el que proliferan las
revistas virtuales. Si bien todo esto complica la posibilidad de sostener
proyectos en el tiempo más allá del impulso inicial (muchas veces uno no sabe
si tal o cual proyecto terminó o si es que están hace años preparando el número
próximo), el panorama en renovación constante es siempre estimulante, variado y
bullicioso y va desde la literatura, las artes y la crítica tradicional, hasta
experimentos más radicales. Este es un mapa tentativo, echemos un vistazo.
Un
clásico del campo cultural argentino regresó el año pasado con nueva conducción
editorial. Se trata de El ojo mocho, un proyecto que surgió en su momento del
riñón intelectual de Horacio González y que combina teoría política y crítica
cultural. Esa estela gonzaliana se propagó más allá del proyecto original hacia
El río sin orillas, una revista-libro orientada a la filosofía política, y
Mancilla, hecha por un grupo de jóvenes que ya va por su segundo número y está
entre las propuestas más atendibles de los últimos meses. Otra revista que
volvió –en este caso después de casi treinta años– y que comparte un zeitgeist
con las anteriores, es Crisis. Su frecuencia bimestral le permite encarar los
temas de actualidad –sobre todo cuestiones sociales y económicas– con otro
tiempo y profundidad, y un discurso permeable a la academia y las ciencias
sociales.
En
general, en cada nicho o disciplina germinan publicaciones. Por nombrar
algunos: en materia de teatro, Funámbulos; en arte y literatura, desde el
fanzine Mama Lince, dirigido por Iglesias, hasta publicaciones refinadas,
rigurosas y sofisticadas como Otra parte y Las ranas. En psicoanálisis, un clásico:
Conjetural. En los márgenes, publicaciones de transgénero como El teje, la
fumona THC y la futbolera Un caño. Luego vienen aquellas que cubren un espectro
más amplio, de información general pero con recomendaciones y análisis
especializados: Llegás a Buenos Aires, Los inrockuptibles o Rolling Stone. Un
caso particular es el de La otra, un micro-multimedio de un solo hombre que
tiene la forma de los intereses de Oscar Cuervo y que hace pie en una
publicación semestral, un blog y un programa de radio.
Y
después, La mujer En el
campo de las revistas literarias, tras un cuarto de siglo ininterrumpido, el
Diario de poesía (tal vez la publicación que mejor supo aunar las técnicas del
periodismo en una escena artística específica) se convirtió en un faro
ineludible que excede el verso para difundir una concepción de la literatura. de mi vida, la epistolar En ciernes, y la flamante Luz
artificial (reconversión de la bahiense Vox), por citar algunos. Por su parte,
ciertos proyectos de gran trayectoria encontraron en la Web una opción viable
para seguir adelante, como la cinéfila El amante y la célebre Punto de vista
(hoy Bazar americano).
Hablando
de soportes y del paso del papel al bit, hasta hace diez o doce años, una
revista cultural era sinónimo de celulosa, desde las hojas A4 abrochadas de los
fanzines hasta el papel ilustración finamente encuadernado de las revistas
filoacadémicas, pasando por el clásico papel de diario que sigue manchando de
tinta las yemas. Hoy ya no. Mucho se habló de cómo la Web facilitó el pulular
de todo tipo de publicaciones. Sin embargo, con los años, lo digital también
empezó a mostrar la hilacha. ¿Qué pasa cuando se da de baja el dominio, cuando
se deja de pagar el alojamiento en un servidor? El contenido se esfuma como si
nunca hubiera existido. Pasó, por ejemplo, con dos proyectos pioneros como el
Poesía.com y la revista Exito. Mientras en el primer caso dejó de estar
disponible un archivo enorme de poesía argentina y latinoamericana
contemporánea, en el caso de Exito se extravió uno de los proyectos editoriales
más innovadores de los últimos tiempos. Fueron más de veinte números entre
octubre de 2004 y mediados de 2007, cuyos sumarios podían incluir una crónica
sobre un festival de música electrónica al lado de una nota sobre los recortes
presupuestarios a la universidad pública, una introducción a la narrativa rusa
contemporánea junto a la crónica de una visita a un dark room. “Devotas de lo
bizarro y lo bello”, diría Iglesia, las notas de Exito se propusieron
reformatear los códigos del periodismo cultural, echando mano tanto al humor
irónico como a la crítica desenfadada. Pero como suele pasar en estos casos, no
logró establecerse como un proyecto viable a largo plazo. Dice Germán Garrido,
uno de sus editores: “Vivíamos convencidos de que la revista podía ser lanzada
por un gran multimedio y ser un boom de ventas, pero eso derivaba del impulso
egomaníaco que nos llevó, entre otras cosas, a nombrar a la revista Exito”.
El mismo
riesgo corren El interpretador o No-retornable, Cítrica (hecha por ex
trabajadores del diario Crítica), Escritores del mundo, o las flamantes Tónica
(de crítica literaria) y Anfibia, un ambicioso proyecto de periodismo premium
dirigido por Cristian Alarcón, descomunal cronista de la marginalidad. La Web
ofrece inmediatez pero al mismo tiempo no garantiza la preservación. ¿Qué
hacer, entonces? Una opción ingeniosa es la adoptada por la revista Planta, que
gracias a un subsidio acaba de publicar una antología en papel, materializando
algunos de los textos críticos más relevantes del último lustro.
Podríamos
seguir trazando mapas, redes, vértices, conexiones, enumerando proyectos. Pero
en definitiva, volviendo a la pregunta que abría el texto, ¿de qué hablamos
cuando hablamos de periodismo cultural? En su conjunto, como discurso social o
actividad intelectual, se erige como una suerte de Leviatán, caja de resonancia
de la época y aparato de difusión, análisis y legitimación.
Y aunque
la mayoría de las veces opera como mero espejo o termómetro de mejor o peor
definición, queda claro que todavía puede funcionar como bisturí, como
instrumento de crítica e intervención sobre el campo cultural o una escena
determinada. Sin ir más lejos, seguramente hoy sábado cuatro o cinco personas
se junten alrededor de la mesa de un bar, hagan un bollo la servilleta en la
que se garabateó este mapa, pidan una ronda de café o cerveza y retomen la
discusión acerca de esa revista que hace años viene npergeñando y, bueno, ya es
hora de dar a conocer.
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/tecnologia-comunicacion/prensa-cultural_0_724127589.html
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