Por
Noelia Poloni
La
última novela de la gran autora argentina que sorprendió a todos con La cámara oscura.
Una madre. Una
hija. Una madre y una hija que se buscan y se encuentran. Y se eligen
mutuamente, en medio de una ciudad devastada vaya a saberse por qué tragedia.
¿Un terremoto? ¿Una guerra? ¿El anunciado fin del mundo? Quizás todo a la
vez....
En medio del caos
total, Alaíde Haggen y Zelma, dos nombres apenas, dos invenciones para que no
vengan los soldados y se las lleven en los camiones verdes, como la perrera se
llevaría dos perros, se abrazan con el cuerpo y con el alma. La chica está
dispuesta a todo por proteger a su madre, a quien aprende a amar
desesperadamente. Brutal su encuentro, brutal su existencia compartida. Pero
tierna y esperanzadora a pesar de toda la adversidad, en especial, la de no
haber “nacido” siendo madre e hija, sino de haberse “hecho” como tales.
La historia
comienza exponiendo descarnadamente la fragilidad de la chica, pero con el
correr de las páginas, se ve cuán frágil es la madre en realidad. Y la niña,
devenida en mujer, no duda ni un instante en realizar los más amargos
sacrificios para recompensar su amor. Porque ella es lo único que tiene, luego de
haber perdido todo. “Para ella era así, era como si hubieran perdido todo.
Pensaba, algunas veces, que no tener nada, ni recuerdos, ni palabras, era haber
perdido todo”.
La prosa de
Angélica Gorodischer es excepcional, con un lenguaje claro, sin artilugios. La
narración es dual y astuta en su desarrollo.
El final, feliz a
su manera, es tan solo un souvenir de esta maravillosa novela, la última de
esta autora argentina que me cautivó ya desde sus relatos en La cámara oscura.
Para lectores
adultos que deseen disfrutar de un buen libro, descubriendo, tal vez, algo más
sobre las relaciones humanas.